Desde el exterior, Salvador Allende en la memoria

Escritos de Mario Amorós (España), Gustavo Espinoza (Perú), Toni Keppeler (Alemania), Fernando García Bielsa (Cuba).

Mario Amorós. Periodista y escritor. 11/9/2023. Salvador Allende es una personalidad política singular en el siglo XX. Nacido el 26 de junio de 1908 en Santiago, en el seno de una familia acomodada, nieto de un médico ilustre y progresista, Ramón Allende Padín, descendiente de aquellos tres hermanos Allende Garcés que combatieron por la independencia nacional e incluso con Bolívar, se aproximó a las ideas revolucionarias siendo un muchacho, guiado por un carpintero anarquista de origen italiano, Juan Demarchi, en aquel Valparaíso de mediados de los años 20.

Después de realizar el servicio militar de manera voluntaria, ingresó en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile en 1926 y pronto, en el contexto de la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, asumió un compromiso con la causa democrática como miembro de la Federación de Estudiantes y posteriormente como militante del Grupo Avance. En 1933, un año después de licenciarse como médico cirujano, participó en la fundación del Partido Socialista, una fuerza heterodoxa por su adscripción al marxismo y su distanciamiento tanto de Moscú como de la Segunda Internacional. Su carrera fue ciertamente meteórica, ya que en marzo de 1937, a los 28 años, fue elegido diputado y en septiembre de 1939 fue designado ministro de Salubridad en el Gobierno del Frente Popular por el presidente Pedro Aguirre Cerda.

Fue en los difíciles años 40, un periodo de divisiones ásperas en el socialismo chileno, atravesadas también por la situación internacional (la Segunda Guerra Mundial, el inicio de la Guerra Fría), cuando empezó a plantear el proyecto que encabezaría a partir de 1951: la alianza entre el Partido Socialista y el Partido Comunista para conquistar la presidencia de la República y desarrollar un programa de transformaciones profundas que superaran el capitalismo. En ningún otro país del hemisferio occidental socialistas y comunistas trabajaron y lucharon unidos durante tanto tiempo y Allende, senador desde 1945, contribuyó de manera decisiva a articular esa confluencia, que resistió las derrotas 1952, 1958 y 1964 y, al mismo tiempo, fue creciendo hasta alumbrar un impresionante movimiento político, social y cultural en torno a la Unidad Popular.

En una época marcada por la Revolución Cubana y la agresión abierta (Guatemala, 1954; Cuba, 1961; República Dominicana, 1965) o encubierta (Brasil 1964) de Estados Unidos a diferentes países en su cruzada anticomunista, Allende defendió que en Chile era posible construir el socialismo a partir de la institucionalidad vigente y evitando el enfrentamiento cruento entre clases sociales. El 4 de septiembre de 1970, alcanzó la victoria con el 36,2%, en una coyuntura en la que la derecha se había quedado aislada y la Democracia Cristiana, el otro vértice del «triángulo» político, había presentado un candidato de su fracción progresista, Radomiro Tomic, y un programa similar en varios aspectos relevantes.

En las semanas posteriores, la dirección de la DC reconoció su triunfo y rechazó pactar con la derecha en el Congreso Nacional para impedir su investidura y elegir a Jorge Alessandri, quien había quedado segundo en las urnas. El acuerdo entre la izquierda marxista y el centro socialcristiano, plasmado en el denominado Estatuto de Garantías Democráticas, franqueó a Salvador Allende las puertas de La Moneda.

Por su parte, las Fuerzas Armadas se mantuvieron al margen de la contingencia y el alto mando del Ejército desoyó los mensajes incesantes, más o menos velados, que procedentes de la derecha, el sector afín al presidente Eduardo Frei y la CIA les instaban a impedir la llegada de la UP al poder. El comandante en jefe del Ejército, el general René Schneider, pagó con su vida su respeto irrestricto de la Constitución. La vía chilena al socialismo, uno de los proyectos políticos más fascinantes del convulso siglo XX, concitaba ya la atención del mundo.

De inmediato, el Gobierno de la Unidad Popular desplegó su programa. Había llegado el momento largamente esperado por la izquierda y en un país con un sistema político marcadamente presidencialista fue posible desarrollarlo sin grandes complicaciones durante el primer año. Inicialmente, además, se mantuvo el diálogo entre Allende, la UP y la Democracia Cristianay ello hizo posible que prosperara la reforma constitucional para la nacionalización de las minas de cobre, la gran riqueza natural del país y su principal fuente de ingresos.

El presidente confiaba en que perdurara este entendimiento, pero el asesinato del dirigente democratacristiano Edmundo Pérez Zujovic el 8 de junio de 1971 por un grupo ultraizquierdista, posiblemente manipulado, modificó el escenario y empezó a abrir un abismo entre la izquierda y el centro. A pesar de la oposición de la dirección de su propio partido, el Socialista, y de otras fuerzas a un entendimiento estable con la Democracia Cristiana, Salvador Allende buscó en diferentes momentos, y hasta el final, un acuerdo, primero para despejar de obstáculos el tránsito hacia el socialismo; en el invierno austral de 1973 para preservar la democracia.

Fue en junio de 1972 cuando estuvo más próximo, pero entonces el peso del sector más conservador ya era decisivo en la DC, que se alineaba de manera definitiva con la derecha. El paro patronal en octubre de aquel año terminó de dividir al país en dos bloques antagónicos y las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, en las que la Unidad Popular aumentó su apoyo electoral, mantuvieron el empate político entre el Congreso Nacional, dominado por la oposición, y el Gobierno.

El 22 de agosto, la mayoría antisocialista de la Cámara de Diputados aprobó una declaración que constituyó un llamamiento abierto al golpe de Estado. Y veinticuatro horas después, el comandante en jefe del Ejército, el general Carlos Prats, tras sufrir una larga campaña de asedio psicológico, presentó su dimisión al presidente Allende, quien designó al general Augusto Pinochet al frente de la más importante de las tres ramas de las Fuerzas Armadas. Con un discurso centrado en la soberanía nacional, el Gobierno había intentado incorporar a las instituciones armadas al proceso de transformaciones, respetando su independencia política; incluso, en sus discursos, de manera recurrente Allende ensalzaba su carácter profesional y su supuesta excepcionalidad en un subcontinente donde los cuartelazos estaban a la orden del día.

Los planes de defensa de la democracia ante una amenaza golpista cada vez más evidente pasaban, necesaria y principalmente, por la lealtad de un sector de las Fuerzas Armadas. Desde mayo de 1973, Allende y el Partido Comunista advirtieron del peligro de una guerra civil, posibilidad que también admitían, y previnieron, los oficiales y los civiles involucrados en la conspiración que condujo al 11 de septiembre.

Aquella mañana, el presidente Allende tenía previsto convocar al país a un plebiscito. Para conjurar el peligro de un enfrentamiento violento, iba apelar a la voluntad democrática de la ciudadanía, aun siendo consciente de la posibilidad cierta de una derrota en las urnas que pondría fin al proyecto político al que había consagrado un cuarto de siglo de su vida. Su resistencia en La Moneda condenó para siempre a los facciosos.

El Gobierno de la Unidad Popular recuperó para Chile las grandes minas de cobre y profundizó la reforma agraria hasta erradicar el latifundio; nacionalizó la banca y los grandes monopolios industriales; desarrolló una política social avanzada, con el reparto de medio litro de leche diario a todos los niños y niñas como una de las medidas más emblemáticas; abrió paso a la participación de la clase obrera en la dirección de la economía; desplegó una política integral en áreas como la salud y la educación; promovió una gran obra cultural, con la Editora Nacional Quimantú como uno de sus mascarones de proa; favoreció el protagonismo histórico de «los de abajo», que demostraron una conciencia revolucionaria y una capacidad de organización y resistencia heroicas en momentos tan duros como octubre de 1972; y desarrolló una política internacional ejemplar en el mundo de la Guerra Fría, que convirtió a  Allende en uno de los líderes del Tercer Mundo. Durante aquellos mil días (1.044 exactamente), el pueblo chileno trabajó y luchó, con las armas de la democracia, para construir una sociedad más justa, más igualitaria y más participativa.

Tuvieron enemigos poderosos, dentro y fuera de las fronteras nacionales. No solo el Gobierno de Richard Nixon y Henry Kissinger, no solo los generales que traicionaron la Constitución. También aquella trama civil, que, desde el fascismo de Patria y Libertad a la derecha oligárquica del Partido Nacional, la dirección de la Democracia Cristiana presidida por Patricio Aylwin en 1973 y las organizaciones empresariales, preparó las condiciones políticas y sociales precisas para la sublevación militar.

Las estremecedoras imágenes del bombardeo de La Moneda, la belleza y el dramatismo de sus últimas palabras a través de Radio Magallanes y su muerte en defensa de un siglo y medio de desarrollo democrático de Chile otorgaron al nombre de Salvador Allende una dimensión universal: es sinónimo de valores como democracia, justicia social, pluralismo, derechos humanos, libertad, socialismo. Su memoria, y la de la Unidad Popular, ha derrotado al paso del tiempo.

Allende, el símbolo de la esperanza

Toni Keppeler, periodista y escritor alemán. 11/9/2023. Cuando Salvador Allende asumió la presidencia de Chile hace 53 años, yo tenía 14 años. Fue la misma época en que empecé a pensar políticamente y milité en la juventud socialista de Alemania Federal. Nuestros héroes de ese entonces eran Fidel Castro y el Ché, pero a la vez sabíamos que una revolución como la cubana, para Alemania Federal, no estaba a la vista ni a corto ni a mediano plazo. Exactamente por eso, Allende se convirtió en nuestro nuevo héroe. Él daba la esperanza de que un camino democrático hacia el socialismo también podía ser posible. Un camino sin armas, sin bloqueo económico y amenazas militares de parte de los Estados Unidos, y sin fuga masiva de capital y gente, como se había dado en Cuba.

Pero la situación política y económica de Chile no se pintó como esperábamos, sino aún peor que la de Cuba: paros empresariales, grupos terroristas clandestinos y maniobras de la CIA y de los más altos funcionarios del regimen en Washington. Desde entonces sabemos que las élites capitalistas nunca se dan por vencidas, y cuando se dio el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 tuvimos que aprender que hasta están dispuestasa prestar el poder político a militares sanguinarios para que ellos protejan los intereses del gran capital. Como Allende se había convertido en un símbolo de esperanza para la izquierda democrática del mundo, Augusto Pinochet se convirtió en el símbolo del dictador militar, por lo menos en Alemania.

Muchas veces me pregunté porqué Pinochet y no Efraín Ríos Montt,de Guatemala, quien mandó a asesinar a más de 300.000 seres humanos, mayoritariamente indígenas. O Jorge Rafael Videla y su junta en Argentina con un registro de mínimamente 30.000 muertos, una cifra diez veces mayor de las víctimas que mataron después del golpe de 1973 en Chile. Creo que esta imagen de Pinochet, no solamente tiene que ver con los 17 largos y oscuros años que se mantuvo de dictador. también influyeron la tradición prusiana del ejército chileno y la manera cómo los verdugos de Pinochet mataron a la oposición. No necesitaron masacres indiscriminadas como en Guatemala: mataron con una precisión casi alemana. Pinochet era el dictador más alemán de América Latina.

Desde que murió Pinochet está verdaderamente muerto. Pero la esperanza que simboliza Allende sigue viva. De eso me di cuenta cuando cubrí el movimiento de los pingüinos en 2006. Igual percepción tuve con los movimientos estudiantiles de 2011 y 2016. El referente principal no era ni Lula da Silva, ni Hugo Chávez, ni Evo Morales; siempre era Allende. Los alumnos de colegios y los estudiantes de universidad querían conectarse con las ideas y políticas de él, y querían seguir el camino democrático hacia el socialismo. Lo mismo pasó en el estadillo social de 2019. Aunque el ícono más usado de este movimiento era el perro Matapacos, el retrato humano más visto en afiches era el de Allende; y, a veces, el de la comunista carismática Gladys Marín, la fiel seguidora y promotora de sus políticas.

Hoy en día, los líderes estudiantiles de 2011 están en el gobierno. Han logrado avances importantes como la semana laboral de 40 horas, un tema que promovió Camila Vallejo desde hace años. Pero no hay que esperar maravillas. Los tiempos no son revolucionarios y el gobierno joven tiene en su contra la mayoría del parlamento y del senado. La nueva izquierda chilena es un movimiento amplio y diverso y comete sus errores. Perdió el referendo sobre la nueva Constitución, quizás porque los constitucionalistas querían arreglar todo de una sola vez y no solamente dar el marco político que las constituciones suelen ofrecer. Con eso dieron a la oposición derechista la oportunidad fácil para empezar una campaña de desinformación, llevada a cabo por los medios masivos que responden a la derecha. No hay que desesperarse. Siempre hay retrocesos y hasta puede ser que un día algún charlatán de la derecha gane las elecciones presidenciales. Estos personajes pueden hacer daños tremendos. El mejor ejemplo nos lo dio Brasil con Bolsonaro, pero un populista no puede parar la historia.

Los cambios en una sociedad no se pueden medir con los resultados de elecciones o de referendos. Se dan de manera subterránea. A primera vista, son casi imperceptibles, pero se dan. Funcionan como un acuífero que se calienta poco a poco hasta que un día rompe la superficie y sube como un géiser. Nadie podía prever este estadillo social de 2019, pero no salió de la nada ni de repente. Como lo dijeron los y las escolares que saltaban sobre las barreras del metro en Santiago: „No son treinta centavos, son treinta años.” Con la pandemia y con carabineros, Sebastián Piñera logró tapar este géiser. Pero el acuífero sigue calentándose. Una de las fuerzas más importantes que da calor humano a estos movimientos subterráneos, sigue siendo Salvador Allende.

Allende, 50 años en la historia

Gustavo Espinoza M. Periodista peruano. 11/9/2023. Desde las ondas de Radio Magallanes, el 11 de septiembre del 73, fue posible oír la voz metálica de Salva ador Allende: “Tienen la fuerza podrán avasallarnos, pero no se detienen los proceso sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra, y la hacen los pueblos”.

Con sus palabras, el Mandatario chileno no sólo evocaba a Miguel de Unamuno, en 1936 ante el fascista Millan Astray. También registraba una realidad: no es la fuerza la que detiene los procesos sociales. Tampoco el engaño, o la traición. Finalmente, la fuerza radica en la capacidad de lucha de los pueblos. Y ella se impondrá, por encima de todas las adversidades.

50 años después del más aciago 11 de setiembre del siglo XX, el mundo recuerda la figura enhiesta de un hombre valeroso que ofrendó su vida, combatiendo hasta el fin, por los intereses de su pueblo. Salvador Allende pasó a la historia limpio, transparente y heroico. Al evocarlo, se recuerda a su pueblo. La historia de Chile, en el siglo XX, fue también trágica.

En sus inicios -en 1907- estuvo la matanza de la escuela Santa María de Iquique, cuando las pampas salitreras fueron anegadas con la sangre de 3000 obreros chilenos, peruanos y bolivianos que demandaban justicia y salarios.

En la cantada que se le recuerda, se dice premonitoriamente: “Quizás mañana o pasado / o bien, en un tiempo más, / la historia que han escuchado / de nuevo sucederá. / Es Chile un país tan largo, / mil cosas pueden pasar / si es que no nos preparamos / resueltos para luchar”.

Luego vendrían duros años de represión con gobiernos comprometidos con el sistema de dominación vigente. Y también cortas islas de libertad, como la que sembrara Pedro Aguirre Cerda en 1937, con el Frente Popular. O con la voz de Pablo Neruda en 1948, en el Congreso de la República lapidando la traición de Gonzales Videla.

Pero más allá de todo, y más alta aún, fue la victoria de la Unidad Popular, en setiembre del 70, cuando fuera ungido por mandato de las ánforas el primer presidente socialista de América.

El 4 de noviembre de ese año, el Presidente Allende asumió su cargo e inició un profundo proceso de cambios económicos y sociales. Su objetivo fue devolver a Chile sus riquezas básicas en mano de consorcios extranjeros, y su dignidad, arrebatada por una aristocracia criolla que se adueñó del país apenas iniciada la República.

Los 900 días de gestión de la Unidad Popular, fueron convulsos. Los avances del pueblo fueron resistidos agresivamente por las fuerzas secularmente dominantes. Y entonces, hubo de todo: sabotaje, denuncias, campaña de prensa, acusaciones y denuestos. Pero también violencia, provocaciones y actos terroristas.

El fascismo emergente cegó la vida del General en Jefe del Ejército, René Schneider, para generar un clima golpista. Pero además, acudió a las armas en junio del 73 para deponer al gobierno. Su acción decisiva, ocurrió el 11 de setiembre de 1973.

Como nunca antes en América. La Fuerza Aérea bombardeó Palacio de Gobierno; soldados entraron a las poblaciones a saquear y matar; blindados y tanques, se desplazaron por ciudades; y la Fuerza Armada copó el Poder a sangre y fuego. En ese escenario, cayó abatido Salvador Allende.

La primera versión aseguró que murió asesinado por las hordas que atacaron La Moneda. Testigos oculares aseguraron luego que se batió hasta el fin; y que, sin más salida, se disparó así mismo, para no caer en manos de sus verdugos. Para el efecto, es lo mismo. Hay muchas formas de matar a un hombre. Una de ellas, es forzarlo a pegarse un tiro.

Recientemente un panfletario periodista chileno publicó en el diario “Expreso” de Lima una versión truculenta: Allende fue abatido por cubanos de su seguridad.

Despreciable mentira. Solo chilenos estuvieron con el Presidente en esas circunstancias, aunque el mundo hubiese querido estar con él, para evitar la caída del gobierno popular que encabezara.

Grandes figuras del proceso social chileno tuvieron que pagar con su vida, la prisión o el exilio, 17 años de dictadura oprobiosa. En La Moneda, “el Perro” Olivares, fue uno de ellos. Pero después Víctor Jara, Martha Ugarte, Jorge Muñoz, Mario Zamorano, Ernesto Letellier, y muchos más fueron abatidos en distintas circunstancias. Pablo Neruda cayó el 23 de setiembre de 1973, como resultado de un crimen abyecto.

Rendir homenaje a Salvador Allende, no es solo un deber moral. Es también una obligación revolucionaria. Constituye una imperiosa necesidad política porque refleja el compromiso que tenemos anudado con la historia,  y el paso de nuestros pueblos.

No en vano lo conocimos personalmente, hablamos con él y estrechamos su mano. Algo de su dignidad y su coraje, nos fue transmitido en esas circunstancias.

A los 50 años de la dura experiencia por la que vivió el pueblo de Chile, la vida continúa. Pero los problemas esenciales no se han resuelto. En el país del Sur, ha concluido la dictadura, pero el vientre del Fascismo es fecundo. Y asoma en la voz y en la palabra de quienes se sienten dueños del país y propietarios de su destino.

Frente a ellos se levanta la voluntad del pueblo. En América, al decir de Neruda “Cada espiga nace de un grano entregado a la tierra, y como el trigo, el pueblo innumerable, junta raíces, acumula espigas” para alcanzar la victoria,

No obstante, los que mataron a Allende en el sangriento holocausto evocado, del 73, viven también en otras partes, Estuvieron en la Argentina de Videla, en el Brasil de los militares que torturaron a Dilma, en el Perú de Fujimori de ayer y de hoy. Y en otros procesos vividos en América.

Se trata, entonces, de un reto, y una advertencia. El deber, es estar alertas.

Salvador Allende, a la altura de los más genuinos Héroes de Nuestra América

Fernando García Bielsa. Analista cubano. Salvador Allende Gossens fue el precursor de un importante “ciclo de izquierda” que conmovió América Latina. Lo que hizo el gobierno de la Unidad Popular fue una proeza en un país rodeado de dictaduras de derecha y atacado con saña por Estados Unidos. Fue un hombre extraordinario de Nuestra América, un antiimperialista sin concesiones, un latinoamericanista ejemplar.

En aquellas circunstancias, y como lo calificó Fidel Castro , aquel proceso revolucionario era inédito y era un hecho casi insólito, y terminó también en forma insólita.

Es inaceptable que se pretenda reducir el reconocimiento y la admiración a nivel mundial que goza el Presidente Allende. Aun así, como dijera Atilio Borón, causa pena comprobar que con el paso de los años su figura no haya cosechado aun la alta valoración que se merece, incluso por parte de algunos sectores de la izquierda, dentro y fuera de Chile. Su rica y limpia trayectoria política muestra un accionar consecuente con sus principios, ideas y compromisos con las mejores causas sociales en Chile y en A. Latina.

Salvador Allende nació el 26 de junio de 1908. Cursó sus estudios primarios y secundarios en Liceos de Tacna y Valdivia. En 1926, hizo el servicio militar en el Regimiento Coraceros de Viña del Mar. Ese mismo año, ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile donde se tituló de médico cirujano, en 1932.

Ejerció como médico de la Asistencia Pública de Valparaíso y anatomo-patólogo en hospitales de Puerto Montt. Durante su época universitaria, fue presidente del Centro de Estudiantes de Medicina y de la Federación de Estudiantes de Chile.
En 1933, participó en la fundación del Partido Socialista de Chile, y luego fue ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda.

Fue elegido senador en las elecciones parlamentarias de marzo de 1945, cargo en el cual se reeligió en 1953, 1961 y 1969, completando una carrera parlamentaria de cerca de treinta años. Durante toda su vida mantuvo permanente preocupación, como dirigente social y parlamentario, por los derechos, el bienestar y los intereses de las grandes mayorías postergadas.

Allende fue un gran amigo de Cuba y enfrentó muchas voces dentro y fuera de su país que se alzaron para reprocharle por su incondicional apoyo a nuestra Revolución.

La CIA detectó tempranamente el peligro que su figura representaba para los intereses de Estados Unidos. Washington se opuso desde la noche misma del 4 de Septiembre de 1970 a la posibilidad de que Allende asumiera la presidencia. Días después de las elecciones chilenas, el 15 de ese mes, el presidente Richard Nixon convocó a su despacho a Henry Kissinger, consejero de Seguridad Nacional; a Richard Helms, director de la CIA, y a otros de sus acólitos para elaborar la política a seguir para impedir que Allende fuese ratificado por el Congreso. “Mandemos los mejores hombres que tengamos”; “en lo inmediato, hagan que la economía grite. Ni una tuerca ni un tornillo para Chile”, dijo Nixon. Se llegó incluso al asesinato del jefe constitucionalista del ejército, el general Schneider.

No obstante, como sabemos, se estableció el gobierno de la Unidad Popular. Por primera vez en la historia del mundo occidental, un candidato marxista llegaba a la presidencia de la República a través de las urnas. Se inició un importante e inédito esfuerzo de transformaciones en los marcos de la denominada democracia burguesa, pero en medio de una sucesión de hechos violentos de la derecha, y el intervencionismo, las presiones diplomáticas, acoso político y económico por Estados Unidos.

Todo ello sazonado por una campaña mediática alimentada por abundantes dólares de la CIA y de corporaciones transnacionales, desabastecimiento programado de artículos de primera necesidad para fomentar desazón y molestia en la población, la organización de sectores medios para luchar contra el gobierno (caso del gremio de camioneros, entre los más importantes) y la canalización de enormes recursos para financiar a sectores de la oposición contrarrevolucionaria, reclutar grupos paramilitares, y atraer a la oficialidad militar a la causa del golpe.

Al atender a las nuevas andanzas imperiales se evidencia que, realmente, el manual de operaciones de la CIA y otras agencias de inteligencia del gobierno de Estados Unidos no ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años.

No nos detendremos en las peripecias del interesante proceso de aquellos tres años de gobierno de la Unidad Popular, y de sus éxitos en medio de la precaria unidad de la base social en que se sustentaba, con la totalidad de las fuerzas de la izquierda polarizadas antes del golpe en un empate catastrófico entre radicales y moderados.

El gobierno de Allende intentó instaurar el socialismo por la vía electoral pacífica o Vía Chilena al Socialismo. Importantes logros en el breve lapso de tres años en vivienda, educación, salud, cultura, salarios que llegaron a representar por sobre el 50% del PIB, la devolución de 150 mil hectáreas a comunidades mapuches durante el Gobierno de la Unidad Popular. En julio de 1971, el Congreso aprobó la Ley para la Nacionalización de la Gran Minería del cobre. En el aspecto económico, se instauró una política de acentuada redistribución del ingreso y de reactivación de la economía. La Ley de Reforma Agraria, aprobada durante la presidencia de Eduardo Frei Montalva, le permitió avanzar rápido en la expropiación de grandes latifundios. Dio los primeros pasos para construir el área de propiedad social de la economía, usando habilidosamente procedimientos legales que no cuestionaban la juridicidad del sistema vigente.

Se puede hacer un análisis objetivo de la política de Allende y la Unidad Popular, y de los errores cometidos pero es completamente improcedente trasladar la responsabilidad principal del golpe al propio Allende y la coalición gobernante. Asimismo es discutible si el gobierno de la Unidad Popular fracasó o si pudo haberse consolidado, pero es un hecho que fue derrotado…: derrotado por la traición, el golpe militar, por la inmensidad de la manipulación y la acumulación de fuerzas que logró la derecha y el imperialismo.

Se cumplen por estos días cincuenta años de la muerte de Allende durante aquel brutal ataque militar aéreo y terrestre al Palacio de la Moneda. No se puede perder de vista el sentido y significado verdadero de los hechos. Es importante enfatizar que no fue una víctima pasiva sino un combatiente que se enfrentó durante cuatro horas en condiciones muy desventajosas al ataque de las Fuerzas Armadas de Chile, que respondían y eran apoyadas por la derecha política, las multinacionales, en un contexto de activo intervencionismo estadounidense.

Allende fue ejemplo no solo de valentía y dignidad, sino de un revolucionario con gran sentido de la trascendencia y significado del momento que vivía en aquellas horas, consciente del paradigma que establecía para el futuro de su patria y hacia la comunidad internacional, del escarnio que su sacrificio volcaba para la dictadura que le sucedería, y sobre traidores y golpistas quienes pretendían producir su captura y humillación.

Su conducta, su serenidad y su audacia, en aquel dramático momento no hizo sino confirmar sus creencias, palabras y promesas; Allende había declarado muchas veces en discursos y comunicaciones privadas, que sólo muerto podrían impedirle terminar su mandato, pero ser coherente con aquellas expresiones verbales demandaba no sólo fuertes convicciones, sino una valentía a toda prueba.

Recordemos sus palabras en el Acto de despedida a Fidel y a la delegación cubana/ 4 de diciembre de 1971:

“Se los digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de Mesías. No tengo condiciones de mártir. Soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan: dejaré la Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera”.

Aquel 11 de septiembre rechazó airada y valientemente cada una de las presiones y ultimátums golpistas; se encargó de organizar la mejor resistencia armada al asedio militar que le permitieron los limitados recursos bélicos.

Para tener una adecuada evaluación del alcance y del significado humano y político del sacrificio final del Presidente, no basta saber cómo murió, sino que se requiere conocer su personalidad, sus ideas políticas, sus principios morales y valores, la consistencia de sus convicciones, sobre las cuales se asentó la determinación y visión que mostró en aquel momento, cuando su figura se agiganta y donde aún derrotado y en circunstancias límite actuó con dominio de la situación y de su destino. Pocos actos los hay de mayor dignidad y valor.

Llevaron a cabo el golpe de estado, seguido de la dictadura más sangrienta en la historia de Chile, que duraría 17 años, y más… debido a que perdura el empoderamiento de una elite oligárquica reaccionaria que marca y ejerce considerable dominio hasta el presente, luego de treinta años de una decepcionante transición y un crecimiento económico que acentuó las inequidades de la sociedad chilena y su dependencia externa.

Son 50 años de aquello. La experiencia de aquel intento de una “via chilena” pacifica al socialismo y su posterior liquidación con el golpe militar constituyó un catalizador y una experiencia triste pero enriquecedora para el pensamiento crítico y el accionar revolucionario.

Todavía las Alamedas no se abren completamente, pero hay muestras crecientes de que el pueblo chileno se encamina a lograr, como el dijera, que “más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.

Sin dudas Salvador Allende renació en el momento mismo de morir; él sintetiza lo mejor del espíritu combativo del pueblo chileno y su figura alcanza una estatura inmensa, al nivel de los más genuinos héroes de Nuestra América. Por eso, en Cuba, es motivo de orgullo que escuelas, hospitales y la más ancha avenida del país lleven su nombre.

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