Una de las entrevistas cruciales al escritor y dirigente comunista donde entregó una perspectiva de la vida, de la opción política, de las utopías. Algunas de sus reflexiones: “Mi gran pasión es la literatura, no sólo por el amor a la forma y a la belleza de la palabra, sino también por una necesidad de ponerla al servicio de los demás”; “Los jóvenes son los responsables en esta entrada inminente al tercer milenio de los constructores del siglo XXI”; “Más creo yo en los modestos, en esa inmensa multitud sin nombre que no aparece nunca en los diarios salvo en la crónica roja cuando sucede algo fatal. Creo que ese hombre es la base de la historia y también del mundo que vendrá”; “El partido es un instrumento al servicio del desarrollo de la sociedad en un sentido progresista. No debe ser una capilla, un mundo en sí mismo”; “El socialismo del nuevo siglo será distinto al socialismo clásico, utópico, del siglo XVIII o XIX, del socialismo soviético o de todos los tipos de socialismo que han existido en el pasado”; “Alguien dijo una vez que los sueños nunca envejecen y, en ese sentido, me siento joven porque sigo soñando”.
Carola Vesely. “Sangrìa”. 10/2002. “El no la va a poder atender en persona. Necesita descansar”. Las palabras de la secretaria de Volodia Teitelboim, político y escritor hoy dedicado tiempo completo a la literatura, dejan entrever el peso que la edad ejerce sobre el ex secretario del Partido Comunista, y las consecuencias de las numerosas apariciones públicas que ha tenido últimamente.
Sus ochenta y seis años se reflejan en una voz cansada y un hablar lento, sumado a constantes problemas de audición. Sin embargo, la claridad y poesía de sus palabras dejan de manifiesto una inteligencia y una juventud que parecen mantenerse al margen del paso de los años. «Soy un octogenario que ha cumplido cuatro veces los veinte años», dice el Premio Nacional de Literatura (2002), y así parece, efectivamente, pues proyectos no le faltan y fuerza para criticar lo que le parece injusto, tampoco. Lleva sobre la piel alrededor de veinte obras escritas, entre las que se destaca su trilogía autobiográfica denominada “Antes del olvido”, cuyo último tomo está por publicarse bajo el nombre de “Un anciano de la tribu”. Hay que resaltar también los dos tomos de la colección de crónicas “Noches de radio”, que agrupa las emisiones de Volodia en el programa “Escucha Chile”, transmitidas por Radio Moscú durante la dictadura militar.
Sin duda, una larga historia literaria que, sin desmerecer, dejaremos algo de lado para abocarnos a navegar en esos mares que quedan fuera de los libros y las charlas. Una radiografía simple de lo que hay dentro de esta figura que se mantiene incólume frente al paso de los años.
¿Podría afirmar que en el último tiempo ha dejado de lado la política para dedicarse tiempo completo a la literatura?
En estos últimos años, desde el punto de vista del tiempo, privilegio la actividad literaria. Mi primera prioridad es escribir y también desarrollar una actividad cultural de comunicación, especialmente con la juventud. Pero esto no significa que yo haya dejado de sustentar las ideas que he mantenido toda la vida. Simplemente para mí la literatura significa la posibilidad de desarrollar una vertiente que siempre ha convivido con la inquietud social. Naturalmente son dos manifestaciones de la vida que no se expresan de la misma forma, que no tienen el mismo lenguaje, pero el hecho de que yo, en esta etapa de mi existencia, dedique gran parte del tiempo a escribir, no significa ninguna claudicación respecto de las ideas que siempre he tenido y siempre tendré.
¿Su alejamiento de la política tiene algo que ver con la pragmatización de lo que antes eran sueños? ¿Hay nostalgia respecto de la política antigua?
Yo creo que no, en el sentido de que las mayores dificultades que puedan expresarse por parte del pueblo, de la gente que piensa como yo o de forma parecida, no significan una especie de renunciamiento a la acción. Por el contrario. Significa también que hay que sumar el mayor esfuerzo y aspirar a un movimiento amplísimo que no tenga un signo partidario estrecho, sino que agrupe a todos aquellos que quieren en Chile la recuperación de una democracia genuina. En ese sentido mantengo mis ideales. Hay que mirarse hacia adentro, pero también hacia fuera, lo que está sucediendo en el país y en el mundo, y en ese sentido se debe asumir una tarea que no será titánica, puesto que un hombre solo puede hacer muy poco, pero sí se debe tener la esperanza de que se articule una voluntad colectiva, grande, que permita que el país vaya cambiando en un sentido más humano.
¿Usted habla de un deseo de unidad nacional donde la inclinación partidaria no importe?
Hablo de una unidad de gente que esté al servicio de su comunidad. Yo lo estoy. Estoy al servicio de la gente, del otro, del desposeído, del olvidado, del ofendido. Pero esto no lo hago incompatible con una postura partidista, pues una posición de partido nunca puede ser para el partido. El partido es un instrumento al servicio del desarrollo de la sociedad en un sentido progresista. No debe ser una capilla, un mundo en sí mismo, sino que necesariamente es un instrumento para lograr, a través de la voluntad colectiva amplia, que se realicen sueños.
¿Las grandes utopías?
No. Estos sueños no son sólo de comunista, de socialista, de gente de izquierda. Son los sueños de muchas personas que quieren una existencia mejor tanto desde el punto de vista concreto como también del ambiente, de la cultura y del pensamiento. Estos sueños son de gran envergadura y no tienen fronteras humanas, salvo la existencia de aquellos que creen que unos pocos pueden ser dueños de una nación y definir la voluntad de una mayoría incluso por las armas, la fuerza y el terror. Hay que saber distinguir entre éstos, y los otros, que creen en la necesidad de respetar al ser humano y sus derechos.
Respecto del primer grupo que usted menciona ¿de qué forma lo afectó la dictadura militar? ¿Cómo simbolizaría esta etapa de su vida?
La dictadura significó la máxima tragedia nacional y, a nivel individual, creo que trastornó en un sentido negativo la vida de millones de chilenos. Hubo diversos destinos. Muchos murieron, desaparecieron, fueron fusilados, degollados o exiliados, pero para mí, particularmente, fue el alejamiento forzoso por muchos años de mi patria. En esos años yo trabajé todos los días desde fuera en función de cambiar la situación en Chile, denunciando la dictadura a través de la radio en una voz que llegaba a este país. Para mí significó un cambio violento, como para todos los chilenos, pero no significó el desarme moral, bajar los brazos, recluirme en el silencio o en la desesperación, porque nunca la tuve, porque no forma parte de mi temperamento, fue un acicate más para esforzarme en que este capítulo negro de la historia de Chile terminara cuanto antes.
Pero duró diecisiete años…
Claro, y de alguna manera se ha prolongado como institucionalidad, lo que vemos hasta ahora con el proceso de Pinochet. Todavía esa historia no se ha cerrado y, por tanto, hay que mantenerse activo a fin de que ese capítulo realmente termine, y podamos al fin vivir otra vida sin Pinochet. Una vida más libre. Cuando hablo de Pinochet no me refiero al individuo, para mí, de por sí insignificante, sino de lo que éste significó desde el gobierno como sistema, que es el sistema del desprecio por la persona. Creo que a la persona hay que respetarla, hay que amarla, considerarla un ser sin diferencias con los demás. Esto último actualmente es muy complicado llevarlo a la práctica porque el país evidentemente está dividido, aunque la mayoría de la gente, sobre todo después de la montaña de evidencias abrumadoras respecto de la criminalidad y de los delitos contra la humanidad que se consumaron durante tantos años, tiene ya una idea más clara. Pero aún hay muchos que resisten a aceptar la verdad y que la niegan contra toda prueba absolutamente indesmentible. Creo que la dictadura, de todos modos, forma parte de nuestra vida. Si no se hubiera producido, la vida de muchas personas hubiera sido distinta.
Y su vida, específicamente, ¿hubiera sido distinta?
Yo creo que sí. No hubiera salido de Chile. Probablemente hubiera terminado mi período senatorial y creo que hubiera tardado aún más en reintegrarme de una manera íntegra al ejercicio de la literatura. En el exilio, mi necesidad de escribir se hizo más clara, porque tuve cierto tiempo para retomar esta labor, y en ese sentido no lo considero como algo negativo. En ese período escribí varias biografías y novelas y, de no haberme ido al exilio, posiblemente hubiera seguido siendo parlamentario, lo que me hubiera consumido más tiempo del que yo íntimamente deseaba, porque mi gran pasión es la literatura, no sólo por el amor a la forma y a la belleza de la palabra, sino también por una necesidad de ponerla al servicio de los demás y de mi país como tres granos de arena en este gran desierto, para ver la posibilidad de que se convierta en una tierra más verde, con más esperanzas y con más respeto por la persona.
En 1977 señaló, en una entrevista, que las depresiones son lujos que usted no se permite. ¿Ni siquiera los momentos más dolorosos de su vida, como la muerte de su hijastro Roberto Nordenflytch, o la pérdida de su nacionalidad en 1984, le produjeron depresión o desesperanza?
No. Pude haber sentido indignación o molestia, pero desesperanza, nunca. Por el contrario. Yo soy una persona dada a la esperanza y al optimismo. No a un optimismo ciego pues yo tengo perfecta conciencia de los reveses y las tragedias, como la muerte de un hijo, o la pérdida de la nacionalidad. Sin embargo, si escapo milagrosamente a una orden de asesinarme que dio la dictadura en 1974 para matarme junto a Carlos Altamirano en Ciudad de México, me doy cuenta de que todos estos son motivos para dar gracias a la vida porque, de algún modo, soy un sobreviviente a tanta prueba. Pude haber muerto en diversas ocasiones, sin embargo he seguido viviendo y ya han pasado 26 hermosos años en los que he podido escribir, publicar libros, amar, continuar el curso de la existencia en circunstancias azarosas, exiliado y perseguido, pero contento y con una esperanza que he tenido siempre y que va más allá de mí mismo.
En una entrevista realizada en 1992 usted no quiso revelar su dirección por motivos de seguridad. ¿A qué se debió esto?
En ese momento no podía revelar mi dirección, simplemente, porque eran tiempos en que seguía funcionando, aunque ya fuera del gobierno, la máquina represiva, y yo era tenido por un enemigo peligroso de ellos. Había una política de continuar con el terrorismo de Estado aunque ya no estuvieran en la presidencia de la república. Conservaban la dirección de las FF.AA y había espionaje telefónico por parte del servicio de inteligencia del ejército, incluso en La Moneda y en el dormitorio del senador Gabriel Valdés, además de todos los partidos políticos. Se perseguía todavía a la gente y, por lo tanto, yo no estaba en condiciones de dar facilidades a esta gente para cumplir su labor.
Estamos hablando de que tres años después de la llegada de la democracia seguía habiendo espionaje político en Chile. ¿Seguía la gente y usted mismo con miedo?
Yo, personalmente, no tenía miedo. Pero el miedo en la sociedad existía y aún no desaparece. El miedo es una creación deliberada y sistemática de parte de la dictadura. Para este fin, se mostraron en los primeros días de la dictadura cadáveres flotando, por lo que la gente sabía que se mataba indiscriminadamente, violando incluso las leyes de la guerra, que prohíben matar a prisioneros. Inventaron, entonces, esta guerra falsa, que nunca existió, para validar todas sus represiones. Y el miedo aún subsiste. Hay mucha gente que todavía no habla en forma libre y confiada manifestando abiertamente su pensamiento, porque teme que esto pueda ser peligroso.
¿Cuándo acabará el miedo?
Posiblemente deba pasar una generación para que el chileno hable como los demás latinoamericanos, con libertad, con desenvoltura, sin temor a que la palabra lo condene.
Usted ha dicho que se siente joven, y en reiteradas ocasiones ha señalado que a lo largo de su vida, ha cumplido cuatro veces los veinte años. ¿Es esto un mensaje a la juventud, una forma de comunicar esperanza?
Alguien dijo hace mucho tiempo que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo. Yo no tengo esa visión pesimista. La juventud es una época maravillosa, algunos dicen que es el país más bello de la Tierra, porque es el país del asombro, del descubrimiento, de internarse en la vida, conocer el mundo. No todo es una pista pavimentada puesto que siempre hay muchos tropiezos. El hecho de que yo sea un octogenario que tiene cuatro veces veinte, significa en sí mismo una especie de mensaje a la juventud en el sentido de que hay que mantener los sueños de los veinte años cuando ya se tengan muchos más. Los sueños hay que mantenerlos toda la vida. El mensaje es que esto es posible y que los jóvenes son los responsables en esta entrada inminente al tercer milenio de los constructores del siglo XXI. Espero que éstos aprendan de lo que vivieron sus abuelos, sus padres, de lo que aprendieron en los textos de historia: que ellos tienen que hacer una tarea de discontinuidad porque cada época aporta siempre rasgos diferentes, y espero que esos rasgos diferentes sean correctivos de los males más graves que adolece nuestra sociedad actual. En eso tengo yo mucha confianza en la juventud, y por eso también trato de conocerla, de aprender de ella, de escucharla, de entender su lenguaje y de comprender que ellos han estado marcados por la historia. Porque muchos de estos jóvenes son los niños del ‘73, que tuvieron un desarrollo, a mi juicio, anormal porque trató de quitárseles todo respeto por los ideales, por los sueños, y los hicieron crecer en una especie de vacío cultural y, a pesar de eso, gran parte de la juventud, en un proceso gradual que algunos consideran lento, van adentrándose de nuevo en la vida, no sólo en una actitud contemplativa, sino activa en las universidades, en las federaciones de estudiantes, etc. La vida sigue su curso, pero son los jóvenes de hoy los que harán el siglo que viene, y yo estaré muy contento de saber que esta juventud tomará los sueños del pasado para modernizarlos y adaptarlos en el sentido de que esos sueños son los mismos, pero bajo formas diferentes.
¿Ya a los ochenta y seis años, se podría decir que ha cumplido sus sueños?
He cumplido mis sueños en cuanto a que he mantenido la consecuencia con éstos. Desde los quince años asumí una actitud civil, empecé a mirar el mundo y a desear que éste cambiara. Y hasta hoy la idea, fundamentalmente, es la misma. El mundo ha cambiado mucho y yo mismo he aprendido muchas lecciones y he cometido muchos errores, pero sustancialmente yo soy el mismo. En ese sentido estoy contento con el hecho de no haber desistido en la lucha por la existencia y de no haber preferido nunca mi propia comodidad, el provecho personal, a la actitud moral de optar por una existencia que para justificarse, a mis ojos, tiene que responder no sólo ante sí misma sino que ante los demás no violentando las ideas fundamentales, que han sido las de gran parte de la humanidad. No porque ésta sea comunista, sino porque gran parte de la Humanidad quiere un cambio para bien, desea que el hombre aspire a un pequeño fragmento de felicidad al que tiene derecho, a fin de que la tierra no sea siempre un valle de lágrimas.
En el prólogo del ensayo “La Palma en el Huracán”, de Juan Nicolás Padrón, usted escribe que la revolución cubana entra a este nuevo siglo para enseñar al mundo que es todavía posible el socialismo. ¿Efectivamente cree que el socialismo aún es una idea viable en el mundo?
Sí. Yo lo creo ciertamente. Ahora, el socialismo del nuevo siglo será distinto al socialismo clásico, utópico, del siglo XVIII o XIX, del socialismo soviético o de todos los tipos de socialismo que han existido en el pasado. Porque éste siempre será una creación propia de su tiempo, bajo el signo de los problemas que indique la época en que se desarrolla, y también debe tener el signo de su propio país, Marx debe ser traducido de manera creadora en cada país de la Tierra. En este sentido, creo que la revolución cubana es una creación original propia de la historia de Cuba, que ha escrito una página muy importante dentro de la historia de América Latina. Esto no significa que sea un modelo, porque los modelos revolucionarlos no existen, por lo que cada país deberá construir su propia versión conforme a su idiosincrasia, su historia y su sicología, pero también conforme a la situación que se vive en el mundo, porque actualmente ningún país está solo en la Tierra. Todo está muy intercomunicado, sobre todo con la revolución en los medios de comunicación.
¿Se siente un hombre realizado en todos los aspectos de la vida?
Uno nunca se realiza al cien por ciento. Siento que muchas cosas del pasado pudieran haber sido de otra manera, pero no fueron, porque así es la vida. Y la vida no hace de ningún hombre un triunfador neto. Pero tampoco me siento un derrotado porque, finalmente, yo no tengo esa jactancia ni esa vanidad. La vida es la vida, tienen sus blancos y sus negros, sus traspiés, sus encantos, y yo sigo soñando como cuando era muchacho.
¿Qué importancia tiene la literatura actualmente para usted?
Escribir, que es ahora mi actividad fundamental, es algo más que un vicio, de esos que no matan sino que dan alegría. Cada día me despierto con el desafío de sentarme a escribir, mirar el mundo, interpretarlo y convivir con la gente. En ese sentido, como nuestra admirada Violeta, yo doy gracias a la vida. Eso no quiere decir que yo sea un triunfador ni un hombre autosatisfecho, sino que, frente a la vida, que es absolutamente contradictoria, lo importante es que uno no se contradiga, y que mantenga hacia ésta una actitud permanente de responsabilidad y respeto, y también de búsqueda de valores espirituales, como la belleza, el estilo, el interior del ser humano. Alguien dijo una vez que los sueños nunca envejecen y, en ese sentido, me siento joven porque sigo soñando.
A lo largo de su vida, ¿cómo ha sido su relación con las mujeres?
Yo creo que normal, como todo ser humano, con distintas etapas. Una primera infancia muy relacionada con la madre, una adolescencia curiosa, tímida, inquieta, una primera juventud tratando de descubrir esta esencia misteriosa que es siempre el amor. Con toda suerte de avatares, sí, no, rechazos, aceptaciones, momentos de felicidad, rupturas, encuentros, desencuentros, y esto se ha mantenido a lo largo del tiempo conforme a las etapas de la vida. Para mí la mujer es algo más que la sal de la tierra, ella cambia el paisaje en cuanto aparece y resulta una necesidad absoluta de la existencia, le da profundidad, fuerza, colorido, gracia e introduce ese elemento imponderable y también inefable-. ese llamado enigmático que la mujer produce sobre un hombre y que, tal vez, algunos hombres ejercen sobre las mujeres.
¿Qué importancia ha tenido su familia en su vida?
Desde luego ha sido muy importante, como para todos los seres humanos. El padre, la madre, los hermanos, y luego también mi esposa, los hijos son para mí sustanciales. Sin eso sencillamente la vida no tendría el sentido que tiene. Porque el hombre no es un lobo estepario, un ser solitario, sino que tiene un hábitat natural y un conjunto humano que es el suyo, el más directo: su familia.
¿Y su nieta Valentina?
Ella es… mi regalona, que tiene méritos para ser muy admirada por su abuelo, porque tiene encanto y otras virtudes sobre las cuales no me quiero extender para no “chochear” en público.
¿Es Volodia Teitelboim un hombre cariñoso?
Sí. Yo soy cariñoso. Soy anhelante de cariño, también. Me gusta la gente, el trato amistoso, no voy a la guerra inútil, no libro batallas innecesarias, no juzgo mal a nadie a menos que en un momento determinado haya pruebas fehacientes de que no merece esa confianza, pero no le hago la guerra a las personas, no siento envidia ni tampoco resentimiento. Miro hacia delante, esa es la verdad. Pudiera parecer que me estoy autoelogiando, pero creo que es así, es mi carácter junto a una formación y una filosofía de vida.
¿Cree usted en Dios?
No. Yo no creo en Dios pero eso no quiere decir que no tenga un sentido de trascendencia respecto del hombre. Respeto profundamente a aquellos que creen en Dios porque sostengo que aquellos que creen en la divinidad tienen también principios morales. Son aquellos que dieron los diez mandamientos, los que tienen un Cristo que fue el hombre del sermón de la montaña, que es muy importante para la humanidad. Creo que ellos son los grandes aportadores de sueños v grandes esperanzas para el género humano. Por lo tanto son muy respetables, y por eso tengo una magnífica relación con gente de distintas creencias porque, finalmente, nos movemos por motivos éticos que, de alguna manera, admiten cierta aproximación y familiaridad.
En una entrevista que se le hizo en 1997, usted dijo que “cada hombre llega a la vida con la obligación de salvar a la humanidad”. ¿Cómo ha contribuido usted a salvar a la humanidad y de qué la ha salvado?
Ese es un dicho chino, que naturalmente es alegórico, poético, porque al fin y al cabo ningún hombre solo va a salvar a la humanidad. Tal vez la humanidad se salve a sí misma, esa es mi gran esperanza, o sea que millones de hombres, en un mundo que tiene seis mil millones de habitantes se salve en el sentido de conseguir una sociedad más justa. Yo he contribuido, y vuelvo al viejo cliché del grano de arena, porque en las playas del mundo hay millones de millones de granos de arena. Yo soy uno de esos granos de arena y con eso he contribuido en la medida del hombre, de una persona que no se envanece y que cree que la jactancia y la adoración de sí mismo son defectos muy feos, porque uno tiene que asumir con humildad su tarea, pero también con claridad y firmeza, sabiendo que un hombre no puede salvar a la humanidad.
¿Cuál ha sido la enseñanza más importante que ha aprendido en la vida y de qué forma la adquirió?
Yo creo que la vida hay que asumirla. Esto significa que el hombre no puede recluirse dentro de sí mismo, vivir en una casa con ventanas y puertas cerradas y decir “a mí lo único que me interesa soy yo mismo, y si yo estoy bien, el mundo puede estar mal”. Pienso que si el mundo está mal, yo no puedo estar bien y, por lo tanto, la empresa de vivir, que se vive sólo una vez, este paso fugaz por la tierra, debe ser dignificado por cada hombre en el sentido de que él hizo algo por los demás. Esa frase tan sencilla cabe para todos: tanto para el más modesto, el obrero, el campesino, la dueña de casa como para el llamado hombre famoso. Y más creo yo en los modestos, en esa inmensa multitud sin nombre que no aparece nunca en los diarios salvo en la crónica roja cuando sucede algo fatal. Creo que ese hombre es la base de la historia y también del mundo que vendrá. Y espero que ese mundo no tenga hambrientos, gente sin casa, que carece de la educación completa posible, y que si se enferma no tiene acceso a la atención necesaria en el hospital. Esa es una enseñanza importante que la vida me ha mostrado, y que está dada, como dije anteriormente, por un carácter, una formación y una filosofía de vida. Y, al mismo tiempo, creo que el mundo y el hombre deben tener acceso la belleza que lleva dentro, porque la vida no sólo debe ser trabajo inhumano. El hombre no es una máquina, es un ser sensible, viviente, con un corazón, con un sueño, y eso está relacionado con el amor en todas sus expresiones, incluso con ese amor que va más allá, en el sentido de respetar al otro, no matar a nadie, no violar los derechos humanos. Y por el contrario, tratar de construir una sociedad más justa, más equitativa y más solidaria.
Fuente: El Siglo